Nuevas tecnologías. Recientemente he comenzado a twittear (¿o tuitear?) y siendo fiel a mi psicorrigidez selectiva –es decir, que aplico solo en lo que me parece útil-, aparezco con un seudónimo, teniendo en cuenta que soy nueva en la red social de los trinos y no me interesa evidenciar mis falencias en su manejo.
Más allá de los aspectos técnicos, mi movilidad en Twitter (¿o tuiter?) me ha producido profundos cuestionamientos y retos en cuanto a los tipos de comunicación que se generan a partir de 140 caracteres. ¿Cómo hacer para no escribir bobadas? ¿Cómo generar contenidos de calidad –cuando es una cuenta corporativa o personalidad pública- en tan poco espacio? ¿Cómo despertar interés en un universo superextrahomogéneo de tuiteros?
Si, ya se que debo segmentar mi público y que existen los enlaces para mensajes que vayan más allá de los consabidos 140 grafemas o espacios permitidos. Mi punto es: hay que saber hablar muy bien, conocer muchas palabras, manejar hartas acepciones, ser un mago de la expresión y hacer alarde de la "brevedad significativa" para hacerse notar sin ser Lady Gaga o el ex presidente Uribe.
Precisamente hoy leía un artículo virtual sobre los excelentes efectos de la lectura sobre la escritura: el que profusamente lee, divinamente escribe, o tiene más probabilidades de hacerlo, a propósito de las nuevas prácticas de escritura inducidas por las redes sociales. Creo que quien inició la conversación #palabras que matan –en la que participé con gusto- lee poco, pero conoce a la perfección las preferencias tuiteras o las tendencias ciberespaciales.
Entonces, dadas las profundas implicaciones del asunto para quienes nos tomamos las cosas muy en serio, y como diría un geek conocido mío: el dilema de esta generación está en si tuitear o no tuitear.
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